A Folga de 1901 na Coruña, na prensa: “El Correo Gallego – Ferrol” (II)

O luns 3 de xuño, “El Correo Gallego” de Ferrol completaba a información extensa do día anterior, nunha pequena columna na segunda das súas páxinas incluíndo o texto do manifesto das direccións das Sociedades Obreiras coa recomendación de volta ao traballo:

LOS SUCESOS DE LA CORUÑA
Ayer después de publicado nuestro suplemento recibimos el siguiente telegrama de nuestro corresponsal, y que hemos colocado en la pizarra del establecimiento, para tranquilidad de las familias que tienen deudos y amigos en la vecina capital.
Dice así: “Coruña 2, 11,30. Hay tranquilidad completa: los obreros dieron un manifiesto recomendando la vuelta al trabajo”.
Posteriormente hemos recibido cartas de la Coruña que nos explican la tardanza con que llegaban a nuestro poder los despachos telegráficos a causa de la rigurosa censura que se ejerce, hablándonos de despachos depositados allí que no llegaron a nuestro poder, y cuyo contenido ya no es nuevo para nuestros lectores.
Se nos asegura que con el manifiesto dado ayer por los trabajadores recomendando la vuelta al trabajo, los ánimos han quedado apaciguados, y desde hoy lunes la ciudad volverá a su vida normal. Sin embargo de esto, las precauciones militares continúan como es consiguiente y la tropa recorre las calles de la capital, en diversas patrullas.
Háblase con insistencia del relevo del Gobernador civil. Mientras de público se asegura que el gobernador será sustituido, en el Gobierno civil afirman que el Gobierno está satisfecho de su conducta. Corren diversas versiones que por ahora es aventurado anticipar.
De los heridos a causa de los suceso murieron Bruno el aguador y otra de las sirvientas del “Hotel de Francia”. Se afirman que han muerto también algunos de los que se curaban en sus respectivos domicilios, pero precisamente por esa circunstancia, no es fácil comprobar la noticia tan pronto. El maestro muerto de un balazo en el Centro obrero fue el presidente de la sociedad de herreros y no el de canteros o carpinteros como se dijo en un principio.
Nuestro corresponsal nos promete telegrafiar, si alguna novedad ocurriese aunque no es ya de esperar, dado el buen giro que han adquirido los sucesos.
He aquí ahora el manifiesto dado por los huelguistas:
“A los trabajadores.
Salud,
Compañeros:
Movidos por un sentimiento unánime hemos hecho una huelga general. Todos cumplimos como buenos. Debemos estar satisfechos.
Promulgada la Ley marcial, las circunstancias han cambiado y es indispensable que no haya más derramamiento de sangre, no ejerciendo, para evitarlo, coacciones de ningún género ni resistencia alguna al libre desenvolvimiento de la vida de la población.
Como quiera que a toda costa queremos no se derrame ni una gota más de sangre y así mismo anhelamos la libertad de los compañeros presos, las Juntas directivas acordaron, y esperan que todos los socios lo cumplan, volver al trabajo desde el próximo lunes todos los obrerors que trabajaban el jueves.
Encarecemos se nos atienda, y lo pedimos en nombre de la existencia de nuestras sociedades.
Las Juntas Directivas de las Sociedades Obreras.- La Coruña, 2 de Junio de 1901″

Ao día seguinte, o martes 4 de xuño, o xornal “El Correo Gallego” recollía de xeito destacado máis información do acontecido na cidade da Coruña nos días inmediatamente anteriores, e dos que xa dera conta o luns anterior.

Cun espazo destacado na primeira plana e, de seguido, na segunda páxina, fai unha extensa narración dos feitos, das que podemos salientar ao inicio da mesma o retrato que se fai da clase obreira coruñesa do momento e a súa organización:

LOS SUCESOS DE LA CORUÑA
He aquí como explica un colega de la capital el estado de ánimo de los trabajadores de la Coruña, antes de desarrollarse los sucesos:
“Tratemos fría y sobriamente el cuadro de los antecedentes.
Consideramos innecesario advertir que no se trata de un motín de consumos, al estilo de los que por desgracia provoca con harta frecuencia en España el odioso y odiado impuesto.
Enmudecida la prensa local, por avasallador imperio de las circunstancias bastan, sin embargo, los desordenados informes esparcidos por la prensa de Madrid y provincias, para que todo el mundo se haya dado cuenta de que la huelga de dependientes de consumos, hace bastantes días planteada, fue tan solo la causa ocasional de lo aquí ocurrido.
Hace tiempo que la población obrera de la Coruña, bastante numerosa para preocupar al Gobierno y sus representantes, viene organizándose seria y perseverantemente. No es un trabajo de zapa: es un trabajo público. Conocidas son sus sociedades, conocidos sus centros, conocidos sus organismos directivos, conocidas sus tareas … No sabemos si el Gobierno habrá contado su número: es grande.
Con toda la fuerza que dan esa organización y ese número, se pusieron al lado de los dependientes de consumo, también asociados, declarados en huelga.
Anotemos como antecedente digno de ser registrado el estado de efervescencia que las huelgas parciales que hace tiempo vienen entablándose, y que son asunto propio de las asociaciones reunidas, aún de aquellas a quienes las huelgas no se refieres, en lo que toca a tratar y cuidarse de sus causas y efectos, producen en una masa crecida, que delibera diariamente sobre hechos esencialmente relacionados con la vida del trabajo.
Quiso la empresa de consumos, cuya conducta nos reservamos juzgar, traer personal andaluz, creyendo así cerrar la puerta en lo presente y en lo futuro a pretensiones onerosas y asegurar mejor la aplicación de su régimen fiscal, y surgió el conflicto.
Identificada con los huelguistas toda la población trabajadora, la cuestión parcial se convirtió en general. El calor de los huelguistas invadió a los que no lo eran. La colisión de la tarde del 30 fue el golpe que percute en el fulminante. La explosión correspondió a la cantidad de explosivo acumulado.

LA PRIMERA COLISIÓN
Versión oficial
Serían las ocho de la tarde cuando los huelguistas se reunieron en el patio de la estación del ferrocarril. Formaron allí un grupo numeroso, entre el cual parece que había huelguistas de otros oficios, mujeres y chiquillos.
Excitados mutuamente lanzáronse tumultuosamente por la escalera que desde el patio de la estación conduce a la calle de Caballeros.
En las inmediaciones del fielato había siete guardias al mando del sargento Balbino Varela. Al subir el grupo se adelantó el sargento tratando de cerrarles el paso. Hízoles varias reflexiones tratando de disuadirles de todo propósito de violencia, si alguno abrigaban. Persistieron los huelguistas, cuya mayor parte pasó adelante.
Cuando el sargento insistía en exhortarles a que se disolviesen, prorrumpieron en mueras a la guardia civil. Una lluvia de piedras cayó sobre los guardias, alcanzando una de ellas al guardia Andrés Mosquera y produciéndole una herida en la mano izquierda.
Entonces los guardias, a la voz del sargento, se echaron los fusiles a la cara e hicieron fuego sobre el grupo. La distancia era muy corta, de modo que los disparos resultaron casi a boca de jarro.
Cayó muerto en el acto uno de los huelguistas y varios resultaron heridos.
Pasó todo en muy cortos instantes.
Los huelguistas se dispersaron, encaminándose la mayor parte de ellos hacia Monelos y otros puntos.

Versión de los obreros.
A las siete de la tarde se reunieron en el local de la Sociedad de Oficios Varios los 140 dependientes de consumos huelguistas, y allí se les excitó a que dejasen los revólveres y toda clase de armas, como lo hicieron en el acto, no llevando nada más que los palos y gruesos bastones que de ordinario usan.
Por el relleno nuevo de Garás se dirigieron hacia la Palloza, en donde había una pareja de la Guardia civil, a la cual saludaron, continuando tranquilamente.
Frente al fielato de Cuatro Caminos había también civiles, que fueron saludados.
Al llegar al fielato de la calle de Caballeros se encontraron guardándole a una sección de siete guardias civiles, mandados por un sargento.
Esta fuerza les impidió el paso a pesaar de ir en situación tranquila.
Replicaron los del grupo que sólo tenían intención de pasar por delante del fielato, sin intentar ninguna agresión. Los guardias civiles, no obstante, los hicieron retroceder.
Parose allí el grupo tratando de convencer a los civiles y manifestando sus propósitos pacíficos.
En estos momentos transitaban por allí unas mujeres misteras de la fábrica de Zarragüeta, las cuales, reconocidas al auxilio que en la huelga reciente prestaron las asociaciones obreras, dieron gritos de ¡Viva la unión! y apostrofaron a los guardias. Grupos de chiquillos que se habían unido al de huelguistas también dieron gritos.
No se sabe a punto fijo lo que pasó en estos instantes: lo cierto es que los guardias se echaron el fusil a la cara y dispararon.
Antes de que disparasen, el grupo de huelguistas había vuelto la espalda para huir, y todos los heridos lo fueron por detrás.
Cayó muerto el huelguista de consumos Mauro Sánchez Vázquez, y cayeron también nueve heridos, entre los cuales se cuenta una niña de tres años de edad.
El grupo se desbandó, siendo recogidos el muerto y los heridos por varios transeuntes que acudieron después.

El paro general.
El paro acordado por las sociedades obreras fue general. Se suspendieron los trabajos en todas las fábricas, talleres y obradores. Como excepción, se trabajó en las fábricas del gas y luz eléctrica.
Las numerosísimas operarias de la Fábrica de Tabacos interrumpieron sus tareas tomando parte en la huelga general, a excitación de los huelguistas, de los cuales se presentaron algunas comisiones en la Fábrica, por la mañana, con aquel objeto. Algunas operarias habían entrado ya, pero volvieron a salir. Lo propio ocurrió con las operarias de las fábricas de tejidos y fósforos.
Aguadores, carpinteros, canteros, peones, tipógrafos, pintores, boteros del muelle, cargadores de la Aduana, panaderos, herreros, mozos de café, aserradores, fideeros, zapateros, plateros, etc., etc, en fin, toda la clase obrera de la Coruña tomó parte en el movimiento, en el cual se comprendió también a muchos trabajadores particulares y a otros de profesiones diversas.
Al conocerse las proporciones del paro, todos los comercios y establecimientos de la Coruña cerraron sus puertas y escaparates. Los que no lo hacían eran invitados a hacerlo por comisiones obreras.
Ofrecía la población extraño y triste aspecto. Todas las obras quedaron paralizadas.
Aunque muchos comercios en la calle Real, San Andrés, Santa Catalina, Rúa Nueva y Cantones tuvieron entreabiertas sus puertas durante la mañana, las cerraron más tarde al ocurrir los deplorables sucesos.
Las avenidas llamadas de los Cuatro Caminos, cerca de la estación de ferrocarril, estaban ocupadas por numerosos huelguistas, entre los cuales se destacaban las operarias de las fábricas indicadas, que comentaban vivamente los sucesos.
Comisiones de obreros recorrían, como queda dicho, la capital, invitando en términos más o menos apremiantes, según los reparos que se les hacían, al cierre de tiendas que se generalizó en pocos momentos, engrosando los grupos de huelguistas con el personal de servicio en los distintos establecimientos.

SIN SUBSISTENCIAS
En la cárcel y establecimientos benéficos.
Con motivo de la huelga de aguadores, la carcel y los establecimientos de beneficencia quedaron sin agua. Fue menester que la condujesen los carros pipas del Ayuntamiento, tomándola en las fuentes y en los registros de las calles. La leche hubo que comprarla en las vaquerías y el pan pedirlo a la Cooperativa Militar y Civil, y a la Factoría militar.

El presidente de la Comisión de Beneficencia, Sr. Pereira, se avistó con los presidentes de las Asociaciones obreras y les rogó que, puesto que los servicios de la beneficencia, como son los suministros al Hospital y Asilo, eran de carácter excepcional, permitiesen, sin estorbarla, la entrada de leche, pan y carne para las referidas atenciones.
Contestaron los obreros accediendo a ello. Y añadieron: “¡Pero con al condición de que ni un sorbo de leche ni un trozo de pan ni de carne habrá de distraerse para nadie y menos para las Hermanas de la Caridad!”
Después se olvidaron de cumplimentar la promesa y fue preciso acudir a buscar los citados alimentos fuera de la población, entrándolos con escolta de fuerzas.

En las fuentes.
Las fuentes estaban copadas o intervenidas, digámoslo así, por los huelguistas.
Uno o dos de ellos, apostados en las inmediaciones, impedían que recogiesen agua las aguadoras no asociadas, las sirvientas y cuantas otras personas les parecía. La violencia era grande y la coacción manifiesta.
Aunque en cada fuente había también guardias municipales, éstos dejaban hacer y se mantenían a respetuosa distancia. Si alguna vez los gritos y las lágrimas de las pobres mujeres a quienes los huelguistas vaciaban las sellas ya llenas, les hacían aproximar un tanto, volvían a retroceder haciendo la vista gorda, al oír decir a aquellos: “¡Ustedes váyanse! ¡Ustedes déjennos! Si no… aténganse a las consecuencias. Se registraron escenas deplorables.
Hubo infeliz sirvienta o aguadora que llenó tres veces su vasija y otras tantas la vio vaciada por los huelguistas, a los cuales pedían por Dios que les dejaran coger agua. Muchas aguadoras asociadas hacían coro a los que tales actos cometían.
Una mujer a quien un hombre derribó la sella en la Plaza de Azcárraga se encolerizó, y yéndose hacia él, le derramó por la cabeza un buen resto de agua que había quedado. Él trató de golpearla, pero la mujer huyó y vino al poco rato acompañada de un pariente o amigo que se las tuvo tiesas con el huelguista, abofeteándolo. Las mujeres pudieron entonces llenar sus sellas, pero ésto fué breve, pues al poco rato, cambiando las cosas, la coacción continuó. En las demás fuentes sucedieron cosas semejantes. Hasta que se declaró el estado de sitio las fuentes estuvieron a disposición de los huelguistas.

En el Matadero.
En el Matadero público se suspendieron las operaciones de degüello. Ni una sola res fué degollada. El alcalde se apresuró a participárselo al gobernador para que a su vez, con el capitán general, adoptase las oportunas medidas.

La ley marcial.
Seguía el piquete encargado de proclamar la ley marcial la sección de guardias civiles, mandada por el teniente D. Pedro Vázquez. La calle Real y la espaciosa avenida de los Cantones rebosaban grupos. Los más acudían atraídos por el toque de las trompetas y tambores que iban al frente del piquete. Muchos deseaban conocer los términos del bando en que asumía el mando la autoridad militar. Fijado éste se agolparon los curiosos a leerlo.
Era el momento en que la Guardia civil llegaba frente al “Sporting Club”. Ante esta sociedad y en la acera opuesta había montones de curiosos. Había también entre éstos muchos huelguistas. Partieron de los grupos algunas voces de desagrado muy acentuadas. A las voces siguieron no pocas piedras y algún que otro tiro de revolver. Una de aquellas alcanzó al teniente. Entonces cargó la Guardia civil sobre los grupos. No se sabe lo que allí ocurrió. La confusión era indescriptible.
Corrían desolados los curiosos y no curiosos, unos hacia la Rúa Nueva, otros en dirección a los Cantones o la Marina. Los guardias, sable en mano, cargaban en distintas direcciones.
Alguno hubo que llevado de la fogosidad de su caballo, o tal vez de la suya propia, llegó a penetrar en el “Café de Méndez Núñez” por su parte posterior. Se habían refugiado allí bajo el toldo muchos de los que huían. Uno de ellos, empujado por los demás, no pudo encontrar otro camino para librarse de ser estrujado como para hurtar un sablazo de la guardia civil, que lanzarse de cabeza contra los vidrios del café. Así entró en éste, con riesgo de clavarse los vidrios, y el mismo camino siguieron otros individuos.
El impetuoso guardia a que antes nos referimos, a caballo y todo, llegó hasta el mismo vestíbulo del café y allí descargó un tajo sobre uno de los parroquianos que tranquilo y sin mezclarse en nada no esperaba por cierto ser agredido en aquel lugar. Gracias al paraguas, con el cual paró el golpe, se libró de un seguro chirlo.
Como este incidente, o parecidos, ocurrieron muchos en aquellos momentos, y sería tarea larga el describirlos en su totalidad.
Iba huyendo de la carga un muchacho, obrero al parecer. Seguíale muy de cerca un guardia que acaso habría recibido de él alguna pedrada o algo parecido. Ciego el muchacho se precipitó hacia la puerta del “Sporting Club”. Alguien quiso, asiéndole de la chaqueta, ayudarle a huir de un probable varapalo, pero ya el sable del guardia iba por el aire, descargando un formidable golpe. Fortuna que el arma dió sobre el dintel de piedra arrancando innumerables chispas. De lo contrario le hubiera partido la cabeza en dos. Así y todo lo alcanzó, aunque ya perdida la fuerza, ocasionándole un arañazo bastante profundo.
En el “Café de Méndez Núñez” aparecieron heridos algunos individuos, incluso el que entró por la vidriera. Hallábase allí, afortunadamente para ellos, el joven y distinguido doctor señor Rodríguez Rouco. Con gran solicitud y con su acostumbrada pericia les curó inmediatamente de las lesiones recibidas.

Tiros de Mauser.- Pánico
En tanto esto ocurría, la Rua Nueva y las inmediaciones del obelisco, se habían convertido en verdadero campo de batalla. De algunos grupos diseminados aquí y allá partían piedras y tiros de revolver. La guardia civil comenzó a hacer uso del Mauser.

A los primeros disparos cayó herido de un balazo el capitán de carabineros señor Alba. El tiro que le hirió se le disparó al corneta de la Guardia civil que figuraba en la sección, al cargar el mosquetón. Dió en proyectil en tierra y se dividió en dos. Un fragmento hirió al Sr. Alba, por fortuna de poca consideración. Otro mató a una mula del tiro de la Ferrocarrilana.

Siguieron los guardias despejando las inmediaciones y haciendo fuego sobre los grupos que encontraban al paso y les ofrecían resistencia.
En la Rúa Nueva varios huelguistas situados frente al café cantante y amparados por algunas piedras allí amontonadas, denostaban a la Guardia civil lanzando sobre ellos algunas piedras. Los guardias hicieron fuego.
Siguieron luego hacia la Rúa Alta disolviendo los grupos. Al llegar frente al Centro obrero dícese que partieron de éste algunos disparos de arma de fuego.
Hay quien dice que los que se hallaban dentro del local disparaban con fusiles Remington. Contestó la Guardia civil haciendo también fuego con los Mauser.
Jacobo García, que huyendo de los guardias se refugió en aquella Sociedad, cerró precipitadamente la puerta. Comenzaba a subir las escaleras cuando sonó una detonación, y una bala de Mauser, disparada por un guardia, perforó la puerta y le alcanzó, dejándole sin vida. Le entró por el parietal izquierdo, atravesando el cráneo y saliendo por el ojo izquierdo.
El desdichado García era zapatero, aunque trabajaba solamente desde hace poco tiempo en este oficio. Había servido como camarero en varios buques. Conocíasele mucho como mozo de ambigú en los bailes públicos. Era casado y no deja hijo alguno. Estaba domiciliado en la Carretera de la Estación, núm. 162. Al caer muerto, su sangre, que corría a borbotones, inundó las escaleras y el portal, saliendo a la calle por debajo de la puerta.
En la calle del Perete, casi al desembocar en la Real, fue herido de un balazo en la pierna izquierda el joven Daniel Mariñas. Cayó al suelo lanzando angustiosos gritos. El proyectil le fracturó la tibia y el peroné. De la herida manaba sangre en abundancia. Como el tiroteo seguía y el paso de ginetes (sic) era incesante, nadie se atrevía a aproximarse al infeliz joven para recogerlo. Seguía éste desangrándose. La gente, apiñada temerosamente en los portales próximos, contemplaba con dolor la escena.
Un mozo de la Tertulia, Ramón, puso término a la situación adelantándose valerosamente a recoger a Mariñas. Algunas otras personas le auxiliaron entonces. Lo trasladaron a un portal, en donde le fueron prestados los primeros auxilios por los médicos Sres. Estrada y Paradela. En muy mal estado fue conducido al Hospital civil por cuatro mozos. Le fue amputada la pierna herida.
La bala le había destrozado parte de la tibia. En la calle del Perete quedó un gran charco de sangre.
Un anciano, venido de la calle de Pastoriza, llamado Antonio Veiga, recibió un balazo en el vientre, en la región del hipocondrio, y cayó al suelo sin vida. Ocurrió ésto en al calle Real, y fue trasladado a la farmacia del Sr. Villar. Los médicos Sres. Estrada y fraga le curaron de primera intención, contendiendo la abundante hemorragia. Moribundo, se le condujo al Hospital civil en una silla.
Veiga es padre de varias jóvenes modistas.
A la entrada de la calle Real recibió un balazo en la pierna izquierda Jacobo Cubiña Rubiosa, marinero del Puerto del Son, que se hallaba presenciando los sucesos.
Sucesivamente fueron cayendo heridos:
El aguador Antonio Bruno, vecino de la calle de la Perillana, que recibió una gravísima herida de bala en el pecho, saliéndole por la espalda.
José Fraga, de un balazo en el brazo derecho.
Francisco Segade, de bala en el parietal derecho y de arma blanca en el parietal izquierdo.
José Alende Portela, de bala en la mano izquierda, y Claudio García, de bala en el tercio medio de la pierna derecha con fractura incompleta del peroné.
En camillas facilitadas por el médico señor Fariña, y en algunas del Ayuntamiento fueron pasando al Hospital. Algunos eran llevados en brazos.
Los médicos realizaron en farmacias y portales diferentes curas provisionales.
A todo esto el tiroteo y las cargas seguían.
Hubo un momento en que al cargar fuerzas de a caballo, los hombres que conducían una camilla con un herido la depositaron en el suelo y huyeron.
en nada estuvo que la camilla y el infeliz que en ella había fuesen arrollados por la tropa.
El paso de los heridos por las calles producía sensación inmensa, arrancando gritos y frases de dolor.
Hubo más heridos leves, pero ni siquiera fueron a curarse al Hospital.
Antonio Bruno cayó herido en la esquna de la Rúa Alta. Tiene 35 años y es casado.
En el portal de la paragüería del Señor Charry en la calle Real, fue curado Claudio García, del balazo que recibió en una pierna. Claudio es barbero e hijo del popular músico conocido por Pepe V. En brazos fue llevado al Hospital.
Las descargas de la Guardia civil y las arremetidas de la Caballería eran contestadas con diferentes disparos de Remington y revolver que partían de diversos puntos, en la calle de San Andrés, en la Rúa Alta y en la Rúa Nueva.
También caían numerosas piedras sobre los soldados. La arremetida del gentío se dirigía principalísima y casi exclusivamente contra la Guardia civil.
En la calle de San Andrés, un mozo, temerario, salió frecuentes veces de la esquina de la calle del Africano, tras la cual se resguardaba, y armado de un revólver de cinco tiros hacía repetidos disparos contra los guardias. Le dispararon éstos a su vez, pero no le alcanzó ninguna de las balas. Aún puede apreciarse la huella de éstas en la pared de la esquina del Africano.

La confusión era inmensa. El pánico indescriptible. Las gentes pacíficas huían azoradas, pugnando por refugiarse en los portales.
Un tiro hizo de pronto rodar por tierra, casi exánime, a un hombre. Francisco García Lodeiro, conocido por Carabel, que así se llamaba el desdichado, había recibido un balazo en el vientre. Rápidamente se le colocó en una camilla, y desde la Rúa Alta, en donde ocurrió el triste suceso, se le llevó al Hospital.
Cuando llegó ya era cadáver. Se le trasladó al depósito del mismo establecimiento. La noticia de su muerte circuló con rapidez, haciendo que la alarma fuese en aumento. En la Rúa Alta quedó un charco enorme de sangre de esta víctima. García Lodeiro era aserrador.
Una bala, disparada por algún obrero o la guardia civil y que partió de la Rúa Alta, ocasionó tres víctimas más, dos de ellas gravísimas. Las sirvientas del Hotel de Francia, Benita García, Manuela González Seijo y Francisca Rodríguez, fueron heridas por el mismo proyectil. Se hallaban las tres en una de las galerías del Hotel cuando les alcanzó la bala. La mejor librada fue la Francisca, que sólo resultó herida en un brazo. Manuela González tuvo la triste suerte de que la bala le penetrase en el vientre, perforándole el intestino por siete sitios. Benita García fue alcanzada por el proyectil, que le atravesó el vientre de uno a otro lado, con orificio de entrada y salida. En camillas fueron llevadas al Hospital estas dos últimas mujeres. Las desventuradas lanzaban lastimeros ayes. Júzguese el efecto que produciría en el Hotel esta triple desgracia.
La infeliz Manuela era una bella y modesta joven. Decimos era, porque después de sufrir en el Hospital una dolorosísima operación, en la cual resistió valientemente las siete suturaciones que hubo que darle en los intestinos, falleció a las nueve de la mañana del día 1º. Benita García falleció anteayer.

Al cargar varios guardias civiles contra las turbas en la calle del Orzán, a uno de los guardias se le cayó al suelo el sable. Cuando intentaba apearse para recogerlo fue apedreado, como sus compañeros. El sable fue recogido con indescriptible fruición por numerosas personas que a la vez se lanzaron sobre el arma.
En pocos instantes fue rota la hoja. La empuñadura, según nos dicen, está depositada en un centro obrero.

En el primer piso de la casa núm. 66 de la calle de San Andrés se hallaba arrimada al antepecho, con las ventanas cerradas Dª Encarnación Alonso, acompañada de su esposo D. Eduardo Amado, industrial muy conocido en aquel barrio, donde hace muchos años que tiene establecida una hojalatería.
Parece que la indicada señora se hallaba convenciendo a su marido de que no debía salir a la calle en aquellos momentos, dado lo vivo de la refriega en las inmediaciones y en la misma calle de San Andrés.
De repente se sintió herida. Una bala de Maüser penetró por la ventana rompiendo un cristal, y le penetro en el pecho por el lado izquierdo sobre el corazón, con orificio de salida posterior por el homoplato, el cual destrozó, así como parte del húmero. Acudieron a curarla dos médicos. Su estado era grave.

Otro de los muertos fue Dª Josefa Corral, viuda de Gantes, propietaria y habitante de la calle núm.9 de la calle de San Andrés, en cuyo tercer piso vivía.
En el momento que fue víctima del accidente se encontraba sola en casa.
Hallábase sentada en la galería de espaldas a la calle y ladeada hacia la derecha mirando a lo largo de la calle de San Andrés. La bala Maüser que la mató rompió un cristal, penetrándole en la cabeza por el frontal, cerca de la sien derecha.
Debió caer muerta instantáneamente.
Poco después entro en casa la criada Antonia Miramontes, que había salido a buscar arena, y al nota que su señora no estaba en las habitaciones interiores recorrió la casa llamándola, tropezando al fin con el cadáver en la galería, tendido en el suelo, de bruces, frente a la ventana de la sala. Salió gritando por la escalera, y acudieron los vecinos D. José Sellier, fotógrafo y su señora, y luego otras personas y un médico, el cual certificó que la infeliz señora estaba muerta.
Poco después llegaron sus hijos, desarrollándose la escena horrible que puede suponerse. Tenía la desgraciada señora 42 años de edad, era viuda, y en su compañía vivían varios hijos suyos.

Acuerdos de los obreros
Se reunieron las Juntas directivas de las sociedades obreras, después de la entrevista celebrada por sus presidentes con el Capitán general.
Había pensamiento de publicar una hoja suelta en la cual se reseñasen ámpliamente los sucesos, pero se desistió de hacerlo (al menos por ahora), por no excitar más los ánimos y por temor además a la censura militar.
Se acordó sólo, de acuerdo con lo convenido con el señor general Lachambre, publicard la hoja que ayer dimos.
Aunque los demás acuerdos fueron de carácter privado, parece que se trató de enviar una comisión de obreros a Madrid, con objeto de ponerse de acuerdo con las sociedades de trabajadores de la Corte y tratar de la celebración allí de un gran mmitin para que los sucesos ocurridos en la Coruña sean conocidos y tenga mayor resonancia en toda España.
Parece que se acordó pedir la sustitución del gobernador civil, a quien condena la clase obrera, juzgando que a él es imputable que los sucesos hubiesen adquirido tan grandes proporciones.
También parece que se esperará a que se restablezca en la Coruña la normalidad para verificar allí un mitin “monstruo” en que se hablará por extenso de los sucesos de estos días.
Tal vez entonces se organizase una manifestación que se dirigiría al Cementerio para depositar coronas sobre la tumba de las víctimas.
Continúan en pie como antes del día 30, las huelgas parciales de obreros asociados a sociedades diversas.
Asistieron a la reunión como delegados del gobernador dos inspectores de policía.

La empresa de consumos.- Su actitud
Habíase dicho que la empresa de consumos había accedido a transigir con los dependientes declarados en huelga.
Nos hemos informado y nos dijeron los arrendatarios que tal versión es inexacta.
La actitud de la empresa es la misma que al comenzar los sucesos de estos días.
No sólo no accede a las aspiraciones de los huelguistas, en cuanto a retribución y al derecho a elegir personal, sino que está ocupándose de suplir éste.
La mitad de las plazas está ya cubierta, y son de la Coruña la mayor parte de los nombrados. Entre los puestos que hay que cubrir figuran cabos, volantes y aforadores.

Varias noticias
En la reunión que el sábado celebró la sociedad de Oficios Varios, se acordó por unanimidad dirigir al Gobierno un mensaje de protesta contra el Gobernador civil, Sr. Díaz Valdés, y pedir que éste sea relevado de su cargo.

  • Los detenidos en el castillo de San Antón han sido trasladados al principal, situado en el cuartel de Zamora.
  • Los panaderos de Vilaboa y de los alrededores que continuaron fabricando ese artículo, pedían precios exhorbitantes; empezaron por pedir a 30 céntimos por libra, llegando hasta seis reales. En una panadería expendían también el pan, aprovechándose del estado anormal a que nos encontramos, a peseta la libra.
  • Los aguadores hicieron cuestación pública con objeto de costear el entierro y demás gastos para dar sepultura al cadáver del Antonio Bruno. Recogieron 234 pesetas. Compraron una corona y lo que llegue a sobrar le será entregado a la viuda que está próxima a dar a luz.
  • Un panadero se limitó a cocer pan para su familia. Circuló pronto la noticia entre sus clientes y amigos y su casa se vió poco menos que asaltada por cuantos acudían a pedir por lo menos algunas raciones. La hornada hecha era pequeña, y a fuerza de hacer repartos, el panadero, casi en resumidas cuentas, se quedó sin pan.
  • Un diputado a Cortes, D. Pedro Mataró, que se hospedaba en el “Hotel de Francia” al ocurrir los sucesos que reseñamos, ha manifestado que se propone ocuparse de aquellos en el Congreso.
  • Uno de los muertos Mauro Sánchez, cayó frente a la casa núm. 42. Era un joven de 24 años, empleado como dependiente en la empresa de consumos. Deja en el mayor desamparo a su viuda y a cinco hijos de tierna edad. Vivía en la calle de la Torre. El proyectil que le produjo la muerte le destrozó la visera de la gorra que llevaba y el pómulo, desarticulando el temporo-maxilar derecho. se comprende por la forma de la herida, que le alcanzó el disparo en ocasión de que giraba sobre sus talones. En los bolsillos se le encontraron al muerto muchas cápsulas de revólver, calibre 12 centímetros.

El Correo Gallego. Año XXII

Número 7691_03/06/1901, en Galiciana – Bibiloteca Dixital de Galicia:

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