Roberto Nóvoa Santos naceu na Coruña, o 6 de julio de 1885, hai 138 anos.
Foi un coñecido e recoñecido médico galego, que deu pulo á modernización do aprendizaxe e a práctica da medicina nas primeiras décadas do século XX. Está considerado como o maior especialista na historia da medicina en Galicia.

Vencellado ao pensamento libertario na súa xuventude, foi colaborador de “La Revista Blanca”. No seu número 149, correspondente a setembro de 1904, aparece un publicado un artigo seu titulado “Lo inconsciente”, asinado co seudónimo Pedro Novoakow.
LO INCONSCIENTE
(Cuento)
Jorge Podolchiewsky poseía un alma en extremo sensible. Lloraba al ver pasar un niño descalzo y cubierto de harapos; su “yo”, lleno de compasión para el trabajador que sufría, para el campesino que roturaba bestialmente los campos, le hacía derramas lágrimas que, al andar, él mismo pisaba. Frecuentemente se le oía decir: “Después de sentir el dolor de mis hermanos, yo mismo pisoteo mis sufrimientos”.
Entre sus compañeros de estudios pasaba por “un loco”, porque en todas partes, en los Ateneos, en las reuniones, en sus actos en fin, se declaraba materialista en ciencia y en sociología. Pero a pesar de esto, contaba con algunos amigos a quienes admiraba su carácter franco y su genio indomable que no se flexionaba ante ningún mandato, ni en sus estudiso, ante ninguna imposición dogmática. Sus deseos de prestar todo lo que era “suyo”, sus libros, sus obras todas, lo hacían doblemente atractivo para los que sabían profundizar y comprender la vida de un espíritu de aquella índole.
Cansado de vivir sumergido en medio del artificio de las ciudades; deseando estudiar la vida del campesino muy lejos del pueblo, decidió realizar aquel viaje que, según él, debía ilustrarle, y, al mismo tiempo, reponer sus nervios fatigados de tanto sufrimiento.
Llegó al fin al ocaso de su viaje, y sin saber cómo, trabó en seguida amistad con un tal Paulynsy, mitad campesino por su vida y mitad estudiante por su cultura. Aquella afinidad que se definía entre los dos, era quizá la expresión de esa fuerza atractiva que se manifiesta entre un alma ya desarrollada y el germen de otra que ha de seguir la misma dirección en la trayectoria de su vida distinta, individual.
- Bien ves – dijo Podolchiewsky, un día que se encontraban los dos bajo el espectro de un árbol que dibujaba el sol sobre el suelo cubierto de hierbas y de flores- que estamos bajo la sombra que proyecta este árbol y que descansamos sobre las flores que nacieron en este pequeño fragmento del espacio infinito. Bien ves que este gigante con su tronco enorme y con el techo de sus hojas, además de impedir que el sol nos moleste, nos ofrece sus ramas llenas de frutos. Bajo este tejado verde y sobre este lecho, irisado por los colores de las brácteas, de las cabezuelas y de las corolas de las flores, todo el mundo puede descansar, sin que nadie pueda reprenderlo.
Paulynsky sonreía a cada palabra que salía de los labios de su amigo; sus párpados se abrían cada vezz más, debido a ese mecanismo de movimientos asociados que acompañan a los fenómenos de atención.
Después de un momento en el cual guardaron silencio, continuó Jorge:
- ¿Acado sabes tú quién fué el que lo plantó? ¿jAcado sabes, después de los muchos años que han pasado, quién pudo ser el elemento que transportando su germen pudo hacer surgir este árbol de la tierra?
- No, no lo sé.
- Quizá tampoco lo sepa nadie; quizá no pueda saberse. La ignorancia en que estamos, nadie, seguramente, podrá desvanecerla; pero, sin embargo, tú te libras de la influencia del sol en esta sombra, tú puedes alargar la mano y coger un fruto; y dime: ¿Quién lo ha plantado? ¡Quien sabe! Acaso el viento ha transportado la semilla de la cual habría de nacer; quizá el pájaro inconscientemente la ha traído en su pico y le resbaló al pasar, hace muchos años, por el espacio que se encuentra por encima de nuestras cabezas. ¿No pudo ser también el hombre, que inconscientemente, como el ave, dejó caer el germen? …
Nos han dicho que estos árboles no tienen hoy “dueños”; pero aún cuando lo hayan tenido, y aún cuando los hubiera plantado voluntariamente, ese hombre no pensó jamás que tú gozaras de sus sombras, que yo saborease alguno de los frutos suspendidos de sus ramas… ¿Entienes?… No debes nada a nadie. Si el viento fué quien construyó esta obra, arrastrando aquí los embriones vegetales, ¿vas a agradecérselo, como lo agradecerían los primitivos salvajes? Si fué el pájaro, ¿vas por eso a adorarlo con el simbolismo de los idólatras? Y si ha sido el hombre que lo hizo sin fijarse o que lo hizo para sí, ¿vas a adorarle por eso?
- No sé nada… Pero sí se que en este instante me aprovecho de su sombra. ¡Nada más sé!
- ¡Nada más sabes!… Dime, amigo mío: ¿Se te ocurrió alguna vez el preguntarte cuál sería la fuerza que trajo aquí la semilla del árbol bajo el cual estmos? ¿Cuantas veces, estando descansando en este mismo sitio, pensaste si fuera el viento, el pájaro o el hombre? ¡Ninguna quizá! Pues bien, Paulynsky: Ya que tú no puedes responder a las preguntas que te he hecho, goza de su sombra, de sus frescos frutos, pues no lo hicieron por tí ni para tí.
Mientras no habían visto tus ojos la luz del sol, un elemento ha hecho la obra que estás viendo y te ha proporcionado mil ratos placenteros. ¿Le estarás por eso agradecido a ese elemento inconsciente? ¿Te acordaste de él una sola vez en tu vida? Si tú te aprovechas de la obra de su inconsciencia, no debe preocuparte nada la causa de tus satisfacciones.
No. De tantas veces como me he sentado a orillas mismas de sus raíces; de tantos momentos que he jugueteado o descansado a la sombra de su copa, en ninguno he pesado en quién haya sido, y no habiendo pensado en él, no le he tributado ni una insignificancia de mi reconocimiento. Solamente pensé en aprovecharme de la frescura de su imagen, en la placa de tierra y en paladear los ovarios fecundados de sus flores.
Podolschiewsky escuchó la respuesta, semidistraído por las ideas que saltaban y se atropellaban en su cerebro; sus ojos, distraídos antes, se fijaron en los ojos azules de Paulynsky.
- Si el Mundo, como el árbol – dijo Podolchiewsky- fué obra de lo Inconsciente, no debes, desde luego, adorar a ningún ser impersonal, a ningún espírito: ni aún siquiera a lo inconsciente, porque lo inconsciente es necesario. Si un ser omnipotente, consciente, lo hubiera hecho, no lo haría forzosamente, y entonces era también necesario.
Bajo este aspecto, tendrías que estarle agradecido a él, lo mismo que al hombre que, conscientemente, haya podido plantar este árbol. Y si nunca te acordaste, ni preguntaste, ni agradeciste nada a éste por su obra, ¿por qué razón has de adorar a un Dios, a lo consciente?
Trata de disfrutar de la vida. Vive lo mejor posible la verdadera vida, y esfuérzate por conquistar una vida libre para todos los hombres, exenta de amarguras y llena de amor y alegría. ¿Qué te importa lo consciente aún cuando exista para tu espíritu?…
¿Sabes qué más, Paulynsky?… Abandona, abandona esas creencias… Pero… Dios es el Mundo y el Mundo es obra de lo Inconsciente.
Pedro Novoakow
La Revista Blanca, pag. 159-160


La Revista Blanca. Año VII.- Tomo VII. Madrid, 1º de Septiembre 1904. Número 149. páxinas 159-160.









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